Renacer en tus brazos

Solo dime que me amas. Dímelo y hagamos de esta noche el inicio de algo nuevo.

 

Por Ehab Soltan…… De (Limonero2)

Hoylunes – La habitación estaba en penumbras, iluminada solo por la tenue luz de una lámpara de mesa. El murmullo lejano de la ciudad se filtraba a través de la ventana entreabierta, pero dentro de esas cuatro paredes, el tiempo parecía suspendido. Ricardo observaba a Raquel, quien se encontraba sentada en el borde de la cama, distraída, hojeando un libro sin mucho interés. Algo en su postura, en la forma en que suspiraba sin darse cuenta, le decía que la rutina había comenzado a apagar su luz.

Él se acercó lentamente y, sin previo aviso, tomó su mano con suavidad. Raquel levantó la vista, sorprendida por el gesto. No era propio de Ricardo iniciar esas muestras de afecto sin motivo aparente.

Raquel —susurró su nombre como si fuera un secreto guardado por demasiado tiempo—. Tengo que decirte algo, y quiero que me escuches sin interrumpirme. ¿Puedes hacer eso por mí?

Ella asintió, cerrando el libro con lentitud. Había algo en la voz de su esposo que la hizo prestar atención de inmediato.

Cuando te conocí, sentí que el tiempo se detenía. No creía en eso de “un solo instante que lo cambia todo” hasta que vi tus ojos. En ese momento, supe que mi historia se dividiría en dos: antes y después de ti. —Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Pero con los años, con el trabajo, la rutina, los silencios, siento que hemos permitido que el amor se transforme en una sombra, algo que damos por sentado. Y yo no quiero eso. No quiero ser solo el hombre con quien compartes un techo. Quiero ser el hombre que sigue haciéndote soñar, que provoca tu risa, que enciende tu mirada.

Raquel entreabrió los labios, pero no dijo nada. Sus ojos reflejaban sorpresa, emoción, quizás un atisbo de culpa por no haber notado lo mismo antes.

Ricardo llevó su mano hasta su pecho, sobre el latido de su corazón.

Cada día sin decirte cuánto te amo ha sido un día desperdiciado. Y me duele pensar que en algún momento dejamos de buscarnos con la misma intensidad. Pero quiero que sepas algo: si alguna vez has dudado de mi amor por ti, olvídalo. Porque te amo. Te amo con el mismo fervor de aquel primer beso, con la misma ansia con la que te esperé en el altar, con la misma emoción con la que toqué tu vientre cuando supe que íbamos a ser padres. Y si me lo permites, quiero amarte aún más, hacer que cada día cuente, robarte momentos de pasión en la cocina, en la sala, en la madrugada cuando el mundo duerme y solo existimos tú y yo.

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Raquel sintió un nudo en la garganta. Todo ese amor, todo ese sentimiento que había estado ahí todo el tiempo, ahora la envolvía como una ola imparable. Sus ojos se humedecieron y, con la voz temblorosa, susurró:

Ricardo…

Él sonrió y acarició su mejilla con el dorso de los dedos.

Solo dime que me amas. Dímelo y hagamos de esta noche el inicio de algo nuevo. Porque el amor no acepta postergaciones, Raquel. No quiero que pasen más días sin recordarnos lo mucho que significamos el uno para el otro.

Un suspiro tembloroso escapó de sus labios antes de responder, con el alma en la mirada:

Te amo, Ricardo. Te amo con cada latido, con cada recuerdo, con cada deseo de nuestro futuro.

No hubo más palabras. Un beso profundo, de esos que sellan promesas y las convierten en realidades. Y en esa habitación iluminada tenuemente, el amor volvió a nacer con la intensidad de una primera vez.

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